El pecado del infeliz.
Vaya.
Unos años atrás, una tarde de despedida me encontró de espaldas en una plaza cualquiera, enternecida por unas caricias y una voz que me hablaba con dulzura sobre un futuro que jamás existiría.
Él dijo: "los como nosotros, los tristes, somos súper básicos, como cahorros, nos ponemos felices con el mínimo gesto, ese que a nadie le importa." Esa tarde concluímos sobre lo rídiculo de nuestras pobres felicidades: nos alegramos cuando en la multitud reconocemos a alguien con la polera de radiohead o pinkfloyd, o cuando en la infinidad encontramos a alguien que recitas un par de palabras de una canción que nos estruja el alma. Nos volvemos locos si conocemos a alguien que leyó nuestros libros, que amó la escena de la película, que escucha aquel soundtrack, que tiene esa historia.
El amor, no nos alegra, nos duele, por eso lo evitamos.
Es mal visto no celebrarle al gurù de turno cada una de sus apariciones estelares.
A mi me aburre la gente que se repite una y otra vez, me aburren las personas que se estereotipan.
Cada loco con su tema.
De donde sale esa obsesión por normalo todo, por querer "correjirlo" todo, por establecer tanto parámetro, tanto discurso de lo que debe ser, lo que puede ser. De dónde y con qué derecho. A veces me abrumo meditando y tratando de comprender como es posible que esta inmensidad de planeta, donde existen infinitas posibilidades de pensar, de sentir, de creer, de llorar, de reir, la gente se esfuerce permanentemente por normalo y "corregirlo" todo. A estas alturas de la evolución, cuando se supone que lo que más nos ha dañado como seres pensantes, han sido las dictaduras, la represiòn, el sometimiento intelectual.
Me quedó dando vueltas ese "te ves triste, mala onda", escupido por un chico de polera verde que me encontró pegada a una vitrina en el Drugstore. "Te reconocì por el tatuaje", dijo. Mi tatuaje, mi enojo, mi perpetua disconformidad, mis alegatos, todas esas tonteras me definen.
Me enferma la obsesión por la uniformidad. Deberían estar prohibidos los autodenominados gurúes, los que se alimentan de la ignorancia y la inseguridad de la comunidad masa, esa que busca desesperada un "líder" que lo rija, a quien parecerse, con quien abuenarse, de quien recibir un apretón de manos y sentir que por eso hace una pega, una cuestiòn que le da valor y lo posiciona dentro de una sociedad.
A medida que crece, uno se hace inmune, en distintos niveles, pero inmune al cabo. Hay gente que le teme a la pobreza, a la pena, la satanizan, eres fatalmente amargado, triste, una lata, habiendo tanto tanto por ser feliz, tanto regeton,
tanta onda disco, tanta cachimba, como puede amargarte la falta de algo que nisiquiera sabes lo que es.
Bueno, en fin, así es la vida de los "como nosotros". Un atado de mañas tristes e imposibles.